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Viaje por Italia (1) por A. de Azcárraga
Un placer condividir con vosotros un Viaje por Italia y ver...que muchas cosas no han cambiado!
De: "Viaje por Italia" por A. de Azcárraga, editado el 1967.
"Se puede visitar un país extranjero de muchos modos. Uno, hoy muy frecuente, es el viaje colectivo en autocar. Se va a la agencia de turismo, se elige alguno de los circuitos prefabricados, se abona la inscripción...y ya se sabe. Como el itinerario para mayor aliciente, comprende muchos lugares y, para mayor economía, los días son pocos, el viaje resulta una carrera. Una loca carrera solo interrumpida por breves detenciones en las ciudades de las que apenas se ve nada. En cuanto al contacto con la población del país que se visita es menos que nada: uno va encerrado con sus compatriotas en el autocar , con ellos rueda kilómetros y kilómetros, con ellos charla, con ellos come y cena...
Igual que jurídicamente en los casos de extraterritorialidad, aquí, psicológicamente, ninguno sale de su propio país. Observen a esos viajeros a la vuelta: solo les oirán anécdotas de sus compañeros de tour, o referencias de las cosas que comieron. Si vieron algo, lo han olvidado.
Otro modo de viajar por el extranjero, tal vez el más usual, es yendo en coche propio. El sistema tiene sin duda, las ventajas de la autonomía y de la no sujeción a horario y por supuesto, el que se ve algo más. Pero el contacto con la gente del país visitado es también harto escaso. El automóvil es como un fanal aislante; permite ver a
través el paisaje, pero no deja comunicar con los que lo habitan.
El automovilista vive el coche, no el país que recorre; y así, cuando retorna, su principal tema de
conversación se centra en el comportamiento de su vehículo, cuyas cualidades, ocioso es decirlo,
superan las de cualquier otra marca, sobretodo manejado por un experto conductor como, naturalmente, es también su
caso.
El distanciamiento con los indígenas es mayor todavía si el turista es hombre pudiente que no utiliza más que el avión y se hospeda siempre en hoteles de gran lujo. Entonces tratara solo a los usuarios de las grandes líneas aéreas, a los habituales de las cadenas Carlton o Hilton, gentes que no pueden dar al viajero la más pequeña idea del país que visita. Porque esas gentes son de molde internacional , igual en todas partes. Sus costumbres son uniformes: comen y beben lo mismo, visten de igual modo, bailan los mismos bailes...Y, por la poca experiencia que uno tiene del género, suelen ser también igualmente aburridas.
Si descartamos el viaje a pie, estilo globe-trotter --que me parecería el mejor--, de tener menos años y más tiempo disponible--, queda otro modo aun de hacer turismo, ya arcaico y vulgar, pero el más apropiado para hombres curiosos y de economía subdesarrollada: el viaje en ferrocarril.
Los vagones de tren facilitan unos contactos muy aleccionadores con la población del país visitado y
son propicios a la charla y al establecimiento de rápidas amistades. Nada más parecido a un amigo
íntimo que ese desconocido con el que simpatizamos en el tren y con quien intercambiamos en un par
de horas nuestras más sinceras y reservadas opiniones.
Por los motivos expuestos decidí hacer mi periplo de Italia utilizando el ferrocarril. El objetivo modesto y declarado de mi viaje era echar un vistazo a las poblaciones del recorrido y a sus monumentos y museos, en especial los de pintura.
El otro objetivo, más ambiciosos y casi inconfesable, se cifraba en la esperanza de entrever, al contacto con las tierras y los hombres de Italia, algo de sus secretos.
Una esperanza quimérica. Más bien, por el contrario, el lector deberá excusar que en mi relato caiga con frecuencia en el lugar común. Las rutas seguidas y las ciudades vistas han sido ya muy transitadas y descritas, y solo falseando la realidad podría yo decir de ellas algo nuevo.
(...) Ya en el tren hacia Génova me di cuenta de que, desde Barcelona el material rodante que había usado era todo de procedencia italiana, de Turín. En el último tren francés, incluso los cartelitos de las ventanillas iban ya en la lengua de Dante: Chiuso, Aperto, è pericoloso sporgersi... "Pericoloso". Que graciosa palabra!
Tras la Costa Azul sin solución de continuidad el tren avanza bordeando la Riviera dei Fiori.
La Riviera italiana es muy bonita, pero recién contemplada la Costa Azul, desmerece.
La urbanización, las edificaciones, las villas, todo baja de tono sensiblemente. Su nombre es justo: entre la línea férrea y el mar, al aire libre o en invernaderos, las plantaciones de flores, sobre todo de claveles, se suceden ininterrumpidamente. Es una policromía encantadora sobre el fondo azul del Mediterráneo. La floricultura y el turismo son la base económica de esta región.
Próximo a San Remo leí sobre los postes del telégrafo, bajo la calavera y las tibias, el aviso: Chi tocca i fili, muore. Es mucho más enérgico que nuestro "No tocar, peligro de muerte". Nosotros advertimos del riesgo de morir, en Italia dan la muerte por segura.
El lenguaje italiano , como el portugués, hipertrofia un tanto las cosas. En Italia, por ejemplo, llaman millepiede a lo que nosotros llamamos cienpies; maresciallo –mariscal—al sargento mayor.
Pero debo ya declarar que en cuanto cruce la frontera franco-italiana y me halle rodeado de italianos en el tren, experimente una sensación que podría resumir en esta frase: "Otra vez en casa". Y en los días sucesivos comprobé que no era un espejismo; un español en Italia se halla como en su casa a todos los efectos.
(Capitulo II: Génova la Soberbia...)
"Génova es una ciudad que ofrece evidentes analogías con Marsella y Barcelona. Las tres son puertos de mar, los más importantes del Mediterráneo; las tres muestran la misma apasionada actividad mercantil; la tres poseen sendas y hermosas vías que bordean o conducen al mar: Vía Balbi, la Canebiere, las Ramblas. De esas tres avenidas, a mi juicio, la más interesante y de mayor personalidad es la catalana. Las Ramblas constituyen una avenida de un atractivo singular, multiforme, inagotable. La Canebiere es una avenida más sencilla y optimista; la Via Balbi con sus palacios, es la más señorial.
Las tres vías delatan la vocación marinera de las tres ciudades de igual modo que en Valencia la inexistencia de una vía análoga revela la falta de esa vocación. Pues no cabe emparejar con las citadas la avenida del Doncel Don Luis Felipe García Sanchiz, que incluso con su largo e inexplicable nombre subraya los tres kilómetros que nuestra ciudad dista del mar, en tanto que las otras ciudades están en su misma orilla. Tal vez a Valencia, su llana e indefensa costa, tentación de piratas, la obligo a retraerse; tal vez hubiera sido más marinera de no tener un suelo tan feraz.
Es difícil saberlo —con lo que solo quiero expresar que yo lo ignoro. De las ciudades mencionadas,
Génova es, como digo, la de mayor prestancia, aunque aparezca levemente descuidada e incluso,
para decirlo todo, un poco sucia. Instalada sobre colinas dispuestas en anfiteatro frente al mar, esta
ciudad fue llamada "la Soberbia" por esta misma situación, por su pasado de gran republica marítima
y por sus numerosos y bellos palacios.
Llegue a la ciudad ya de noche y, a la salida de la estación, en la plaza Acquaverde, me enfrente con la gran tarta del monumento a Colon, que ostenta la dedicatoria: A Cristoforo Colombo, la patria".
"Siempre se aprende en los viajes", pensé para mis adentros. Porque, si bien es probable que el ilustre navegante naciera en Génova, es lo cierto que no hay documento que lo pruebe de manera definitiva. (...).
Cene en el hotel. El inevitable frasco de mostaza de las mesas francesas es sustituido en Italia por el recipiente de queso rallado. En Italia podrán olvidarse del pan, pero jamás del queso. El agua de Génova me gustó mucho; era un agua serrana, delgada y fina como la de Madrid de antaño y, según pude comprobar al lavarme, de la misma suavidad al tacto.
Después de cenar Salí a tomar café. Tenía ganas de probar el famoso, archiensalzado café italiano, y entre en el primer establecimiento del género que halle al paso. La cantidad de café que me sirvieron, la dosis italiana, es como dos tercios de la española. El aroma era excelente. Bebí el primer sorbo...Y hay que rendirse a la evidencia.
Es un café sabiamente concentrado, de un sabor auténticamente positivo, exquisito.
Nunca había tomado tan buen café, Las cafeteras españolas son de marca italiana; el grano podrá
ser de la misma procedencia; pero el café resultante no es igual.
Y un grato detalle, que entonces creí peculiar de aquel establecimiento, pero que luego comprobé era general en toda Italia, es que el azúcar no lo ofrecen en terrones, sino molido, en unos grandísimos azucareros de plata, de los que el cliente se sirve a discrecion. (...).
Me fui a pasear en dirección al puerto, pero como la noche era algo fresca y amenazaba lluvia, volví pronto atrás por una calle estrecha y larga., que elegí por hallarse más iluminada que las otras. Ante sus numerosos bares y trattorie deambulaba la gente sin prisa o charlaba en pequeños grupos, en los que vi algunas jóvenes muy pimpantes. De una bocacalle sobresalía la trasera de un auto, de tal modo que mostraba a los paseantes su portaequipajes abierto, y dentro del mismo, un variado surtido de relojes, estilográficas, tabaco americano y otros artículos de contrabando. (...).
Varias jóvenes curioseaban allí y me llamo la atención lo cortas que se llevaban las faldas en Italia;
una chica con la que me cruce, la más exagerada, la llevaba casi un palmo por encima de la rodilla.
Y de pronto...
De pronto comprendí que estaba en plena calle del Conde de Asalto genovesa (*la aparición de la minifalda fue posterior al viaje del autor, realizado en 1963, y al texto de este libro, ya publicado por el diario valenciano Las Provincias, en forma de artículos, durante el primer semestre de 1965...).
(...) A la mañana siguiente hice la visita, il giro della citta que, según el prospecto que me habían dado en el hotel, comprendía el paso por numerosos lugares para terminar, con un aperitivo, en el piso 31 de un rascacielos. Cuando subí al autocar, lloviznaba ligeramente.
Los ocupantes del vehículo pertenecíamos a diversas nacionalidades; en el asiento anterior al mío iba un matrimonio mejicano con el que pronto entable conversación. Eran personas muy viajeras y conocían muchos países; el verano anterior habían estado un mes en el Japón.
Aquel dichoso giro de Génova fue una buena calamidad y una experiencia definitiva para no hacer más excursiones por agencia en ninguna otra parte.
A todo correr y salvando fuertes desniveles, porque el conjunto urbano de Génova se ha formado
escalando las colinas circundantes, atravesamos calles y más calles y pasamos ante iglesias y
palacios de los que nuestro cicerone se limitaba a dar los simples nombres. Tan solo condescendió
a explicarnos que el aperitivo del programa era gratuito,
obsequio de la agencia. Así vimos todo, sin bajar y a toda marcha, a excepción del cementerio de
Staglieno y la catedral de San Lorenzo.
El cementerio, al que llaman cimitero monumentale, justifica su denominación por el incalculable número de monumentos funerarios que contiene. (...)El cementerio de Staglieno esta entrecruzado por senderos bordeados de árboles y flores, como un jardín. Toda su escultura, una selva de mármol, es del siglo XIX y, por tanto, de un realismo romántico.
Es, dentro del género, excelente; pero por desgracia, tal género era intrínsecamente banal, anecdótico y dulzón. Todo lo romántico suele ser mediocre –lo que, como diría Huxley, no es una opinión personal, sino un hecho histórico. (...) Resta, sin embargo, una dificultad grave para aceptar plenamente que todo lo romántico es mediocre: la indiscutible calidad de la música romántica (...).
(NdR: sigue el resumen libre de varios capitulos...)