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Viaje por Italia (2) por A. de Azcárraga
Un viaje a Italia (2) per A. de Azcárraga
(...) "Pese a todo, el cementerio genovés es bonito; pero le falta algo, no sé si religiosidad o poesía. Uno no es coleccionista de camposantos; pero, cuando se llega a cierta edad, se ha visto forzozamente una serie de ellos, y su recuerdo surge.
La evocación del cementerio de Père Lachaise, en el que pensaba hacía rato, no era muy favorable para el de Génova. Y eso que el cementerio parisién tampoco tiene demasiada religiosidad y, en materia escultórica, en inferior.
Pero el accidentado terreno en se asienta, su abundante arbolado y el sinnúmero de nombres famosos tallados en sus lápidas, hacen de aquel rincón uno de los más bellos, espirituales y poeticos que pueda imaginarse.
Yo lo visité una inolvidable mañana, neblinosa y humeda, y aconsejo a todo el mundo esta peregrinacion al lugar donde reposan muchos seres a los que, por una razón u otra, todos debemos algo: Chopin y Rossini, Gericault y Delacroix; Balzac, Maupassant, Baudelaire; Madame Recamier y Alfonsina Du Plessis, más conocida por la Dama de las Camelias.
Inte rrumpió mis recuerdos nuestro guía, quien tras una nueva alusión al próximo aperitivo, „obsequio de la agencia", nos llevó a la catedral de San Lorenzo.
Allí contemplé por vez primera esa típica ornamentación italiana, que imprime tanta gracia y alegría a
sus arquitecturas, y que consiste en revestirlas con franjas de marmol de alternados colores.
La catedral contenía obras interesantes y, en su tesoro, un cáliz que, como el de Valencia, es tenido
por el auténtico de la cena, pero que parece mas probable sea un botín de guerra procedente de la
Cesarea.
En no recuerdo dónde, el guía nos señaló la casa de Cristobal Colón.
--Hasta casa le han encontrado ya a Colón – dijo la señora mejicana --. Con lo difícil que está el problema de la vivienda!
El pregonado y maldito aperitivo –gratuito-- que habíamos de tomar en el piso 31 de un rascacielos, se quedó en un simple
vermut, sin tapa, en un bar a ras del suelo.
Menos mal que el bar estaba a la orilla del puerto, que en aquel día de cielo gris ofrecía un bellísimo panorama.
Hace tiempo he llegado a la conclusión de que no hay ningún color mas delicado y elegante que el gris,
ni más sensible y apto para la expresión de los matices. Piensen ustedes en los grises plateados de
Velázquez, en los ligeros y frescos de Franz Hans, en los cuadros de la época grisea de Goya, en los
grises misteriosos de Tintoretto, en los cremosos de Manet, en los grises límpidos, húmedos y un
poco violaceos de Marquet...También la naturaleza compone en gris magnificas sinfonías; y una de
ellas es la que ofrece, con acento melancólico, cualquier mañana lluviosa en un puerto.(...)
Tuve tiempo todavía, antes de comer, de ver el Palacio Real, donde había un estupendo Ribera y
un falso Velázquez. Por los museos del mundo, en cuanto hay un retrato de Felipe IV sin firmar, se lo
atribuyen a Velázquez.
Aquel no tenía firma de nuestro pintor ni la simple huella de sus pinceles. Después del almuerzo estuve callejeando por otros
barrios más alejados, que me parecieron más sombríos y pobres que los que había visto por la mañana.
Visité el Palacio Blanco, donde hay poca pintura, pero de gran calidad y muy bien instalada. Tanto
este museo como el anterior eran de entrada gratuita, particularidad que, más que con la fama de
avarienta de Génova, se acomodaba con su epiteto de „Soberbia", y que ya no volvió a repetirse en
todo el viaje. Allí había bastantes cuadros de la llamada escuela genovesa, que a los españoles nos
han de traer especialmente porque recuerdan nuestra pintura.
Fueron, de entre los genoveses, unos lienzos de Lucas Cambiaso los que más me llamaron la atención.
Porque, aparte de parecerme superiores a los cuadros de este pintor en El Escorial y el Prado, hallé
los tales lienzos de un caravagismo asombroso. Tanto asombroso como imposible; pues cuando
Cambiaso murió, Caravaggio tenía sólo doce años.
Y si, además de esto, y para no salir de Valencia, nos pasamos por nuestro Museo del Patriarca y,
después de contemplar el Caravaggio allí existente, nos fijamos en el claroscuro de los apóstoles de
Navarrete (que era de la edad de Cambiaso) y en el de las obras de Ribalta (algo mayor que el
genovés, pero también más joven que Caravaggio) tendremos motivos para sospechar que la atribución exclusiva al
Caravaggio de la paternidad del tenebrismo es un tanto discutible.
El tenebrismo según parece, no lo inventó nadie en concreto; era algo que estaba en el ambiente y a lo que tendía
fatalmente la pintura de aquel tiempo en su evolución estilistica y técnica. Pero éste no es un tema para ser tratado aquí, y menos por un vulgar aficionado como yo.
Y además, he de tomar el tren para ir a Pisa, la patria de Galileo. ...De la estación de Génova partían varios trenes para Pisa.
Yo había visto en el cartel un accelerato y, como me gusta la rapidez, en ese subí y me acomodé en un departamento de
segunda. En Italia no hay tercera, ya que está suprimida en casi toda Europa. España y Rusia son tal
vez las únicas excepciones (...). La segunda de mi tren lo era sólo de nombre, pues de hecho era tercera.
El trayecto hasta Pisa, corto en realidad, lo hizo mi tren con una lentitud desesperante y sin perdonar ni una estación, lo que no concordaba con la fama de rapidez de los trenes italianos.
Llegué a Pisa con el tiempo justo para cenar y acostarme.
A la mañana siguiente me eché a la calle a primera hora. La famosa Torre inclinada, que sobresalía tras los tejados, me servía de orientación.
Pisa es una ciudad pequeña, sita en una llanura y cruzada por el río Arno, sin altos edificios –
afortunadamente-- que rompan su unidad urbana. Toda ella parece estar hecha para albergar en su
seno ese prodigio de gracia y hermosura que es su plaza de los Milagros.
Esta plaza es una explanada de césped, como un inmenso campo de fútbol, limitada en parte por
restos de murallas y sobre las que se yerguen cuatro deslumbrantes edificios de mármol: Camposanto, Baptisterio, Duomo y
Campanil; un conjunto insólito por su amplitud, su armonia y belleza.
Gabriele D'Annunzio, que juzgaba los cuatro edificios otros tantos milagros arquitectónicos, fue el
que propuso el actual nombre de la plaza. Tenía habilidad, el exquisito D'Annunzio, para poner
nombres; el mismo se bautizó con su arcangelico seudónimo, que encubría, según sus enemigos,
el más prosaico nombre de Cayetano Repagnetta.
Ustedes, los que no hayan ido a Pisa, habrán visto el conjunto monumental de su famosa plaza en fotografías, en el cine...Pues bien, no lo han visto. La mejor fotografía en color, una película de cinerama, son pobres aproximaciones de la estupenda realidad.
Visité primero el Camposanto, un cementerio cuya tierra procede del monte Calvario, traída por las
naves pisanas luego del fracaso de la tercera Cruzada. Según la leyenda, esta tierra milagrosa
transformaba los cuerpos en esqueletos en venticuatro horas –prodigio de la aceleración cuya
ventaja no acabo de comprender --.
En galerías abiertas se alinean, en plan de museo, numerosos sarcofagos, entre los que ví uno muy semejante al no hace mucho rescatado del mar e instalado en el museo de Tarragona: el Mediterráneo, repitamos el tópico, unía todo el mundo antíguo. Sobre los muros quedan todavía algunos bellos frescos, los que han podido restaurarse después de los bombardeos que le Camposanto sufrió en la última guerra.
El Baptisterio, edificio circular de mármol blanco, adornado con arquerías románicas y pináculos
góticos, es como un hermoso pastel al que entran las ganas de meterle el tenedor.
Su interior, en cambio, resulta un poco friío. La pila para el bautizmo por inmersión mostraba, en
su enlosado, el mismo ondulante dibujo que ya había visto en algunas aceras de Lisboa, en el
pavimento de la Explanada de Alicante y también, gracias al cine, en la aceras de Río de Janeiro. Largo y curioso viaje el
de un simple motivo ornamental!
De Italia saltaría a Lisboa, y de aquí lo llevarían al Brasil los portugueses colonizadores. Y ahora el Brasil nos lo devuelve en sus películas, que seguramente son las que han inspirado a los alicantinos para embellecer su marítimo paseo.
Al dar vuelta al púlpito, obra notable de la escultura pisana, observé que dos turistas, bastante separados entre sí, pero pegados ambos al muro circular, parecían hablar y oírse perfectamente (...)
El Duomo o Catedral de Pisa, obra maestra del románico italiano, no sorprende por sus dimensiones, sino por su equilibrada proporción.
Su cúpula fue la primera montada sobre tambor; pero lo más atractivo de esta iglesia en su fachada
con galerías de arcos sobre columnas, de armoniosa ligereza, que sirvió de modelo a toda la
Toscana. El interior tiene algo de oriental, influencia explicable por el gran comercio marítimo de Pisa
con los países musulmanes.
No sé porqué razón, la catedral abunda en escultura y escultura de los llamados manieristas: Ammanati, Juan de Bologna, Sodoma, Sogliani, Beccafumi, y también Andrea del Sarto, al que no suele juzgarse manierista, pero que, para mí, es el decano de este estilo.
En la catedral admiré también lo que se juzga la obra maestra de esta iglesia, los relieves del púlpito, que recuerdan a los marfiles góticos franceses, y en donde aparece un Moisés que algunos creen claro antecedente del de Miguel Angel.
(...)Sobre la nave central pende un lampara bizantina, famosa por la leyenda, que sobre ella corre. Se
dice que Galileo, distraído un día en la iglesia, fue a fijar su atención en el balanceo de la lámpara,
movida al encender los hachones.
Su espíritu observador le llevó a determinar el tiempo de cada oscilación y, a falta de reloj, midió por los latidos de su pulso. Y comprobó que las oscilaciones, aunque iban disminuyendo de amplitud, duraban siempre el mismo tiempo. Así descubrió la ley del isocronismo de las oscilaciones – por una casualidad que, excusado es repetirlo, solo acontece a los sabios.
El Campanil o Torre inclinada, o como dicen los italianos, la Torre obliqua es, en mi opinión – y con permiso de Ruskin, que la juzgaba horrible--, un edificio de soberbia hermosura. Y por cierto que esta torre, de altura pareja a nuestro Miguelete, parece al natural más inclinada que en las fotografías.
Si desde arriba de ella, de su borde más abajo, se deja caer una plomada, ésta se posara en el suelo a una distancia de dos metros y cuarto de la base. Colocado uno abajo, en este parte del terreno, se tiene la inquietante sensación de que la torre, con sus quince mil toneladas de peso, se nos va a venir encima de un momento a otro; sensación que en mí se hizo más viva cuando me advirtieron que si un huracán que alcanzara no se qué potencia y que obrara en el mismo sentido de la inclinación, podría derribarla.
Sobre la causa de la inclinación no hay todavía acuerdo. Unos la atribuyen a corrientes de agua subterránea que han corroido los terrenos subyacentes. Otros piensan que fue buscada de propósito, como alarde de bizarría, por el arquitecto constructor. Esta segunda hipótesis se basa en que los trabajos de edificación , interrumpidos mucho tiempo en el tercer cuerpo, no hubieran sido reanudados de creer que la inclinación procedía de un hundimiento (...).
Finalmente si mi vista no me engañó, el octavo y último cuerpo se desviaban un poco en sentido
contrario al resto de la torre, lo que sería indicio de que sólo al llegar al ese punto debió empezar
a inclinarse lo ya edificado.
Pero, sea lo que fuere, sorprende la ausencia de documentos y tradición oral en cosa tan importante
para una ciudad como la erección de su máxima torre.
Recordaba yo (...) versos de Quintana cuando empecé a subir la escalera de la torre cuyos peldaños, de
muy poca altura y extraordinariamente desgastados, hacen que la ascensión resulte a la vez cómoda y
peligrosa. Y, lo que ya no esperaba, un poco mareante. Casi llegué a pensar si yo también giraba „por el piélago inmenso del
vacío".
Pero mi sensación era explicable. La marmórea escalera de caracol tiene en su conjunto la misma inclinación de la torre, de donde resulta que el que sube, que por instintivo equilibrio mantiene siempre la vertical, se aleja y aproxima, a cada media vuelta, al eje siempre inclinado de la torre. Por una ilusión óptica, cree entonces que se balancea, como si ascendiera por la escalerilla de un barco en día de marejada. Y ya saben ustedes lo del reflejo condicionado...al llegar arriba observé, sobre la plataforma de la torre, los productos de otras nauseas nada metafísicas.
Pero aparté de allí la mirada para contemplar a lo lejos, en el atardecer dorado, la línea borrosa del
Tyrreno, donde el Arno cede sus aguas, y más cerca, sobre el plano de césped que se extendía a mis
pies, los mármoles del Duomo y del Baptisterio, que parecían arrebolados por los besos del sol
poniente – y excusen lo trasnochado de mi estilo para describir aquel estupendo efecto de luz.
Es seguro que, originariamente , todos estos edificios no se hallarían aislados entre si, sino arropados por el caserío medieval. Pero habla bien en favor de los pisanos el que hayan ido eliminando estorbos para su contemplación, hasta dejar esta arquitectura como perlas sueltas sobre el terciopelo de césped.
(Resúmen libre del texto original de 1967, a cargo de la redacción del Blog).
NOTA: Se agradece la colaboración de la biblioteca LM1 de la UniPisa.