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"Viaje por Italia" (3) por A. de Azcárraga
(...) Más tarde fui a ver la iglesia de Santa María della Spina, una iglesia gótica minúscula, calada como un
encaje, como una arqueta relicario. Pero bastaría su tamaño para evidenciar lo que ya es bien sabido:
que el estilo gótico, en Italia, no fue aceptado por las buenas, sino con toda clase de condiciones y
reservas, muy reprimido ya su originario ímpetu francogermanico.
A los italianos ese estilo del Norte debió parecerles un tanto fantástico, desmelenado y excesivo – como les hubiera parecido a los griegos --, porque ellos estuvieron siempre por lo inteligible y limitadamente humano, por la gracia armoniosa, por la belleza.
¡La bellezza! En Italia se pronuncia esta palabra -- bel -letsa—saboreándola como un merengue, con los ojos en blanco.
Es lógico que fuera un italiano, y precisamente Raphael el que diera al estilo gótico su arbitrario
nombre, y también el de tudesco, apelativos ambos que Raphael uso como sinónimos de "bárbaro".
(...) A la vuelta de Santa María della Spina atravesé el Arno por un puente que fue hundido durante la guerra y que ha sido reconstruido hace tres años. Pisa no es una ciudad muy rica y su población no excede los 80,000 habitantes.
Pues bien, la nueva balaustrada del puente es toda de puro mármol. En materia urbana los italianos
saben hacer las cosas, y no sólo ahora o durante el Renacimiento. Hace cien años, esa misma iglesia
de Santa María, que amenazaba derrumbarse, fue desmontada piedra a piedra y reconstruída tal
como hoy puede verse.
Antes de abandonar mi hotel de Pisa entablé ameno coloquio con el jóven y atento conserje, a quien momentos antes había visto poner paz entre dos camareros que discutían acaloradamente. Uno de ellos, lombardo, llamaba terrone y moro al otro, porque era calabrés.
--Todo eso son tonterías—les había dicho el conserje--.
Ser calabrés o lombardo o turco es indiferente. Lo que importa es tener educación y trabajar bien.
Este jóven sensato resultó ser de origen valenciano-catalán; sus apellidos, Fuster Rius, lo confirmaban.
Había pasado algunos años en Francia y Alemania y sabía cinco idiomas. Me aseguro que no tenía
preferencias nacionales; que en todas partes se sentía en su patria.
-- Usted es el europeo del futuro – le dije al despedirme.
Gesticulación y amabilidad italianas.- Florencia y sus plazas: la del Duomo y la de la Señoria.- Estatuas.- Los guardias urbanos...
El trayecto de Pisa a Florencia lo recorrió mi tren en hora y media. Como siempre, el paisaje, salpicado de casas, era un paisaje realmente habitado. En la Italia que he visto nunca advertí esa soledad dramática, cósmica, de algunos parajes de la geografía hispana. Italia está muy poblada; España de tener igual densidad, sobrepasaría los ochenta y cinco millones de habitantes.
El campo toscano carece además clásicamente ordenado por la repetida presencia de columnas y
obeliscos vegetales –quiero decir, de olmos y cipreses--. Estos árboles arquitecturizan el paisaje;
y en cuanto a los cipreses, su misma abundancia hace que pierdan muy pronto la reminiscencia
fúnebre que suelen tener para ojos españoles.
Durante el trayecto me entretuve en observar las fisonomías y mímica de mis compañeros de departamento, que confirmaron mis primeras impresiones al cruzar la frontera y que ya no rectificaría en el resto del viaje. Los italianos, por lo que se refiere a su aspecto físico, son igual que nosotros. Casi todos ellos podrían pasar por españoles...salvo cuando accionan.
El modo de accionar es característica y exclusivamente suyo. ¡Que expresividad la de sus dedos!
Mueven dedos, muñecas y antebrazos –no los brazos—más que nosotros; pero, sobretodo, de una manera más rápida y recogida hacia el cuerpo, con movimientos de radio más corto.
Y, otro detalle diferencial, ambos antebrazos van muchas veces a compas con movimientos
simultáneos y simétricos, lo que el español hace raramente, pues en nosotros es siempre el
brazo diestro el que rubrica y potencia la palabra.
Lo gracioso es que muchos italianos creen que nuestra gesticulación es más acentuada que la suya.
¡Que verdad es aquello de la paja y la viga! También han creído durante muchos años que su propensión a los tratamientos y títulos honoríficos era herencia española, un residuo de nuestra dominación en Italia, lo que es otra caprichosa fantasía.
Con motivo de mi viaje hube de mantener cierta correspondencia con Italia y, en todas las cartas que recibí, mi nombre iba precedido indefectiblemente, de un Egregio, Illustrissimo o Gentilissimo Signore y cierta vez de un Onorevole. Es difícil admitir que esta superabundancia de epítetos, que los italianos otorgan a cualquier desconocido, sea el legado de una nación bastante más parca que ellos en tal materia. No sé si los portugueses, que también prodigan las dignidades, atribuirán su habito a los ochenta años de unión peninsular.
(...) Llegué a Florencia con cierta emoción. El sólo nombre de esta ciudad, ¡evoca tantas cosas!
Si la civilización occidental nació en Atenas y allí curso el bachillerato, fue en Florencia donde
renació para hacer su carrera. Tal vez el doctorado lo hiciera en París...
Cargado con mi maletín fui andando hasta el hotel. La circulación de automóviles en Florencia es muy intensa y rápida, y la mayoría de los cruces para peatones carecen de semáforos o urbanos.
En compensación los conductores son de una extremada cortesía y ceden el paso al viandante con una gentileza que sorprende al habituado a otros estilos más ibéricos.
En los días siguientes halle igual amabilidad en las gentes a quienes preguntaba direcciones. Observación que no debo restringir a Florencia, sino ampliarla a todas las ciudades que visité. Igualmente debo señalar que, cuando por mi acento o porque yo mismo lo declaraba, advertían mi condición de español, el descubrimiento era acogido siempre con franca cordialidad.
Sonreían inmediatamente y decían: "¡Ah, español!"; pero con un tono que más bien parecía significar: ¡"Hombre, me alegro"! La extendida enemiga que, por razones obvias, se siente por España como nación, es perfectamente compatible con la general simpatía a los españoles como individuos. El hecho será paradójico, pero incuestionable.
(Resúmen libre de la Redacción, de: "Viaje por Italia. Ed. 1964, España por A. de Azcárraga)
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