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REGISTRO DE OBRAS

Viaje por Italia (4) por A. de Azcárraga

 

De: "Viaje por Italia" por A. De Azcárraga. 1964

(...) A la mañana siguiente de mi llegada recorrí algunas calles, entre ellas la de Tornabuoni, que esCATTEDRALEFI

la de más bellos palacios y lujosos comercios, para ir después a la plaza del Duomo, en cuyo centro

se alzan, como en Pisa, pero aquí un tanto ahogados por la edificación urbana, el Baptisterio, el

Campanil y el Duomo, que es como en Italia denominan siempre a las catedrales.

Dante llamo al Baptisterio il bel san Giovanni, porque está dedicado a San Juan y porque en verdad es muy bello. Es un

edificio octogonal, revestido de mármol blanco y verde, dicromismo típico del románico florentino, y con tres portales de

bronce.

El segundo en antigüedad fue objeto del famoso concurso en el que Ghiberti venció en competencia BAPTISTEROFI

con Brunelleschi y Della Quercia; pero el más notable es el tercero, obra igualmente de Ghiberti al

que Miguel Angel juzgó digno de ser la puerta del Paraíso, causa de que se le designe con tal

nombre.

Ante él hay siempre congregados, a cualquier hora del día buen numero de admiradores.

Sin duda lo merece la fina y vigorosa perfección de sus relieves; pero a mi, si he de ser sincero, esta puerta del Paraíso me defraudó un poco.

Es más obra de orfebre que de escultor, con recursos de perspectiva más propicios del arte pictórico PORTEFI

que del relieve en bronce. Y cada arte tiene sus límites y medios expresivos propios, y el confundirlos

o traspasarlos no comporta muy buenos resultados. De añadidura, estos relieves han sido dorados

recientemente un brillo flamante que no les favorece.

El interior del Baptisterio, muy proporcionado y con mosaicos en la cúpula, es de una grata y religiosa intimidad, con la que no armoniza bien un ostensible puesto de venta de postales. Y, dicho sea de paso, recordaré que en todas las iglesias de Italia hay carteles prohibiendo la entrada a señoras y caballeros con trajes inadecuados, aunque la efectividad de esas prohibiciones no sea muy rigurosa.

A un lado del altar contemplé la patética Magdalena de Donatello y al otro lado vi, con sorpresa, laMADDALENAFIA

tumba de Juan XXIII. Pero en seguida sospeché que no podía tratarse del buen pontifice recientemen-

te fallecido; el estilo del mausoleo no era actual, sino renacentista. Tenía que ser, pues, la tumba del

antipapa que usó igual nombre. Este Juan XXIII, con Gregorio XII y nuestro Pedro de Luna, en

coexistencia de guerra fría, formaron la trinidad papal del Cisma de Oriente.

Me dirigí luego al Duomo o catedral de Santa Maria dei Fiore, esto es, „del Flor", porque éste sustanti-

vo es masculino en italiano, lo que debe constituir grave contrariedad para los poetas.

Lo que no sé es que si la flor de Santa Maria será el lirio, que es la que campea sobre el escudo de Firenze, nombre derivado del latin Florentia, lugar de flores, por lo que el nombre que los españoles damos a esta ciudad se ajusta más que ningún otro al suyo originario.

Los mármoles blancos, verdes y rosa que revisten el exterior de la catedral forman un policromo di-MARMIFI

bujo del más curioso efecto. Es como un trabajo de marquetería en piedra, con algo también de

orfebrería. Los florentinos sobresalieron siempre como ebanistas y, antes que escultores o pintores,

fueron notabilísimos lapidarios y orfebres. Por salir de sus talleres casi todos los artistas del Primer

Renacimiento, se llamó a la orfebrería „Escuela del Arte del siglo XV".

Y los florentinos de hoy hacen honor a la tradición; los escaparates de las joyerías y platerías de Florencia cautivan la mirada como vitrinas de museos.

La catedral esta coronada por la archifamosa cúpula de Brunelleschi, con la que el Renacimiento triunfo sobre la flecha gótica. Fue una suerte que el Brunelleschi escultor perdiera el concurso de las puertas del Batispterio, porque esa derrota le convirtió en el arquitecto más revolucionario y genial de su siglo. En la historia del arte, la erección de esa cúpula marca una fecha fundamental.

El interior de la catedral, vasto, de piedra de un solo color, se halla a medio camino entre lo sobrio y lo frío. La frialdad viene dada, según creo, por su escasa ornamentación, por su falta de retablos e imaágenes. En los muros hay algunos bustos, pero de personajes profanos: Brunelleschi, Giotto, Ficino...Lo cierto es que no conmueve.

Pero todo cambia cuando uno tiene ante los ojos una Piedad que Miguel Angel hizo a los noventa años

STATUAFI

y que dejó inacabada. Basta esa obra para que el ambiente adquiera tensión, religiosa o del caracter

que ustedes quieran. ¡Qué fuerza reprimida en aquel bloque de mármol que el artista, deliberadamente,

no terminó de cincelar!

Me restaba, de mi programa en la plaza, subir al famoso campanil de Giotto, erigido según los planos

de este artista, aunque después de su muerte.


Cuando Carlos V lo vió, dijo que los florentinos debían guardarlo en un estuche y no enseñarlo más que una vez al año. Y tenía razón, sobre todo en lo del estuche, pues esta torre es una filigrana, una gótica taracea de marfil ampliada en mármol. Una gran ampliación, pues tiene la laltura aproximada de la Giralda, y por ello consideré prudente tomar una copa antes de subir.

Pedí, en un bar cercano, un vaso de Chianti. En mi honor –pura casualidad en verdad-- descorcharon CHIANTI

una botella, uno de esos graciosos y panzudos frascos revestido de paja. En ellos el vino, supongo que

para su mejor conservación, esta cubierto por una pequeña capa de aceite, que el camarero eliminó

introduciendo por el cuello de la botella un esparto liado a un palito, al que después hizo girar entre

las palmas de sus manos. Cuando pedí mi segunda copa, el camarero sonrió: --Buono, eh?--

Era en efecto, molto buono; el Chianti recuerda vagamente al champán, pero con un sabor más fuerte y sin su acidez. Reconfortado, me preparé a subir los cuatrocientos escalones de la torre.

Me detuvo el triste espectáculo de una paloma moribunda que se debatía en el suelo, en el pequeño y breve callejón que forman, en su proximidad, el Duomo y la torre. Un barrendero de pulcro uniforme, que empujaba un gran cubo de latón sobre ruedas, esperaba pacientemente el final de la pobre avecilla.

Al observar mi mirada, el hombre se creyó obligado a darme explicaciones. La paloma estaba atacada de parálisis; morían muchas por lo mismo. No era una peste como yo aventuraba, sino una mortal indigestión. Comían demasiado. Sobre todo, el pan mojado que las viejas se empeñaban en darles y que para estas aves resultaba un veneno.

 

(...)Me despedí y entré en la torre, cuya subida es por rampas, como en la Giralda; pero no dispuestas

TORREFI

alrededor del eje, sino alternadas en series a un lado y otro. Solución que, al dejar libre el centro de la

torre, permite ver el cielo a través de ella, lo que aumenta su grácil ligereza. Desde la cima, adonde

llegué sin novedad, disfruté largo rato el magnífico panorama urbano, iluminado por una delicada luz

rosada. Sobre los tejados destacaban la impetuosa torre de Arnolfo, la esbelta torre de la Abadía y el

pródigo de vigor y belleza que es la cúpula del Duomo. Comprendí entonces que Miguel Angel,

encarándose con esta cúpula cuando proyectaba la de San Pedro dijera:

                                                           Io farò la tua sorella,
                                                           più grande si,
                                                           ma non più bella.

Luego de bajar, entré en uno de los lujosos establecimientos abiertos en la plaza por las dos firmas de pastelería más importantes de Italia, las casas Alemagna y Motta, las del panettone, cuya propaganda en todo el país es abrumadora.

Tomé un café, inmejorable como siempre, y al ir a pagar a la Caja –en Italia no se paga nunca en el mostrador --, la cajera me dijo que había pasado unas vacaciones en España. España era encantadora, los españoles molto gentili; pero el café –y ponía una carita de pena y excusa-- era cattivo. No quiero pensar lo que hubiera dicho del café, la pobre, de haber pasado sus vacaciones en Inglaterra o Francia.

Andando luego al acaso fui a parar a la plaza de la Señoría, la plaza de mas severa y proporcionada SIGNORIAFI

elegancia que haya visto jamas. Como oí decir más tarde a un turista que parecía persona inteligente

y sensible, si hubiera que definir a Italia por una ciudad, habría que definirla por Florencia, y si a

Florencia habría que definirla por un rincón urbano, habría que señalar su plaza de la Señoría.

Una plaza que, aparte de sus asombrosos edificios, se halla poblada de estatuas que son obras maestras.

El edificio que la domina, el Palacio Viejo o de la Señoría, es el más recio y solemne palacio consistorial del Medioevo italiano. Sus sillares sin desbastar le dan una austera grandeza; la prismática esbeltez de su torre de Arnolfo, de casi cien metros de altura y que gravita en parte sobre el saliente matacán, le añade una atrevida elegancia. Flanquean la escalinata de su fachada dos estatuas gigantescas, una de ellas fiel reproducción del avid de Miguel Angel, cuya fisonomía muestra una viril y fascinante belleza, y sus manos y pies, muy grandes, la desproporción característica de la adolescencia.


(...)Los florentinos glorificaban a David cada vez que intentaban desembararse de los Medicis e  DAVIDEFI

igualmente a Bruto, del que Miguel Angel labró también la vigorosa testa que después admiraría

en el Museo Barguello.

Con su David, Miguel Angel fue doblemente original. No le representó vencedor, con la cabeza del

gigante como trofeo, sino en el momento en que se prepara, altivo y desdeñoso, a lanzar su honda.

Y, paradójicamente, le dió la talla colosal de su enemigo. El pueblo, en otros tiempo, llamaba a la

estatua „el gigante de Florencia".

Más próximas a la puerta del palacio hay otras dos estatuas menores, con unos ridículos pámpanos de bronce superpuestos al mármol; agregado extravagante que seguramente fue idea de algún tartufo sucesor de los apedreadores. Son estatuas de una lamentable mediocridad y no se perdería nada si las quitaran de allí. De toda la plaza es lo único que desentona.

El gran zaguán o su portal de tres arcos llamado loggia de los Lanzi, antiguo foro de la Repubblica fiorentina, alberga hoy media docena de hermosas esculturas. Una de ellas, el Perseo, obra maestra de Benvenuto Cellini, el artista cuyas famosas memorias son un modelo de prosa narrativa y de desverguenza. Cellini fue un tipo de un desparpajo y un impudor notables.

Lo mismo aireó sus actividades artísticas que su escabrosa vida sentimental y delictiva. 

PERSEOFI

Fanfarroneaba de haber cometido varios homicidios, sin perjuicio de declararse creyente a pies

juntillas y, de paso, asegurar que el papa era ateo...

"Los hombres del mérito de Cellini –decia, benévolo, Paulo IV-- no pueden someterse a las leyes

ordinarias".

También Cosimo el Viejo, que tiene su estatua en esta plaza, al enterarse de que Fray Filippo Lippi, pintor de su palacio se descolgaba todas las noches por una ventana para ir a visitar una cierta ragazza, dijo a sus domésticos: „Dejadle abierta la puerta: los hombres de genio son esencias celestes y no se les puede mantener prisioneros".

(Resúmen libre a cargo de la Redacción del Blog...seguirá)

 

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