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Viaje por Italia (6) por A. de Azcárraga
"...El Museo de los Uffizi, el mejor de Florencia y uno de los más importantes deEuropa, se alberga
en una hermosa construcción erigida por Vasari entre el Palacio de la Señoria y el río Arno.
El museo se abre a las nueve y media; pero un buen rato antes agaurdaba ya ante sus puertas una
muchedumbre en la que abundaban las mujeres, desde las rubio lino escandinavas hasta el negro
azabache africanas, pasando por alguna amarillas con kimono y otras de piel cetrina envueltas en túnicas color calabaza.
También había bastantes suramericanas y, narturalmente, italianas. Pocas cosas dan idea de la incorporación total del sexo
femenino a la vida moderna como esta su presencia masiva, tan grata, entre los visitantes de monumentos y museos.
Lo malo de los museos, hoy, son los guías. Moviéndose como sacristanes en su iglesia, irrumpen
en las salas al frente de sus grupos, que les siguen como rebaños atontados y oyen distraídamente
sus explicaciones, dadas en voz demasiado alta, sin consideración a los visitantes que no pertenecen
a su grey. Y si hablan en nuestro idioma o en otro del que entendemos algo, es mucho peor.
Sus explicaciones, en general, son un montón de banalidades sin gracia, dichas de carretilla.
No teman que yo vaya a hacer ahora lo que censuro y empiece a describirles la pinacoteca de los Uffizi. Pero si quiero aludir a cierto aleccionador contraste entre las pinturas flammenca y florentina, que nunca se me había hecho tan evidente como aquí...
Fue al detenerme en la puerta de dos salas contíguas, desde donde podía ver, casi simultáneamente, dos obras maestras:
La Primavera, de Botticelli, y La Adoración de los Pastores, de Hugo Van der Goes.
Botticelli y Goes eran de la misma època y pareja edad. Ambos tenían una sensibillidad enfermiza y
ambos sufrieron, al final de su vida, una crisis espiritual que al flamenco le impulsó a entrar en
religión y al italiano a sentirse atacado de melancolía y a quemar algunas de sus pinturas en las
fallas que organizaba Savonarola.
Pues bien; pese a la identidad de època y al paralelismo biográfico de ambos artistas, qué estilos
tan diferentes los suyos!
Botticelli es el pintor de la coquetería lánguida, de la gracia triste y decadente, de la belleza que se
marchita; Van der Goes es un pintor atento, severo y grave.
La línea de Botticelli es ondulante e hiperestètica --en pintura, creo, no existen curvas de sensibilidad más viva y delicada que las de otro cuadro suyo de este museo, las que dibujan la cabellera de El nacimiento de Venus --. La línea de Van der Goes, rígida y angulosa, es más fuerte. Las pálidas e ingrávidas figuras del italiano, de fisonomía tan extrañamente moderna, son puros arabescos que danzan; los densos personajes del flamenco, lo miso su Virgen y ángeles idealizados que sus pastores de diseño casi naturalista, se mantienen inmóviles.
En cuanto a la composición, suelta y desahogada en La Primavera, aparece arracimada y
comprimida en La Adoración, aunque esta segunda obra sea la de mayores dimensiones.
Paradoja explicable, porque la pintura flamenca se desarrollo a partir de la miniatura y la
italiana a partir de los frescos, y de ahí que los cuadros flamencos sean todos poco como
miniaturas ampliadas y los italianos tengan siempre algo de la monumentalidad de los murales, de
los que vienen a ser una reducción.
Entren los flamencos subsiste un eco gótico, perceptible en cierta desmaña en el diseño de figuras, en el modo fragmentario de concebir el cuadro: el grupo de los pastores de Van der Goes casi parece de otra mano; los ángeles del primer tèrmino, de otro cuadro hecho a escala menor.
En las pinturas italianas, mejor articuladas, impera ya la libertad renacentista dentro de una visión más homogénea; su variedad está subordinada a la unidad.
Pero la máxima diferencia entre las obras citadas se halla en el color. El de Botticelli es delgado y pálido, enfermizo; el de Goes, sólido y brillante, como esmaltado. Los intensos azules y blanco de la Adoración, sus rojos vivos y la frescura de sus verdes contrastan fuertemente con el apagado cromatismo de La Primavera.
No trato de decidir qué obra es la mejor: Boticelli conmueve más nuestra sensibilidad intelectual, Goes la plástica. Pero sí me atrevo a asegurar que, en cuanto a riqueza de color, Van der Goes supera a Botticelli. Y, generalizando, que los flamencos fueron en tal aspecto superiores a los florentinos.
Otro día, en una tarde cálida y luminosa fui a ver el sgundo gran museo de Florencia, la galeria Pitti.
Hube de cruzar el Arno por el puente Viejo, cuyooo nombre está plenamente justificado porque fue
el único no destruído durante la guerra.
Exclusivo para peatones, este puente es en realidad un callejón formado por las pequeñas tiendas alineadas en ambos pretiles, de los que sobresalen, como las casas colgantes de Cuenca, para proyectarse sobre el río. Su abigarrado apretujamiento rescuerda un poco la Alcaicería granadina; pero las tiendas del puente Viejo son más lujosas, bastante más de lonque haría suponer su ligereza y tamaño.
En su mayor parte exhiben artículos de plata y cuero, joyas, cerámicas y demás productos de trabajo manual en que los florentinos fueron siempre maestros.
La artesanía sigue siendo muy importante en Florencia. En los soportales de los Uffizi, en torno a la plaza del Duomo y, en general, en todas las calles frequentadas, son muy numerosos los puestos ambulantes, y más todavía las tiendecillas modestas donde se venden toda clase de objetos y los consabidos souvenirs.
En el centro del puente Viejo hay un pequeño espacio sin tiendas , un soportal donde se halla la
inscripción de unos versos de Dante. Ya había leído, en la lápida de una calle cercana a mi hotel,
otros versos delpoeta alusivos a esa misma calle, por la que vió alejarse a Beatríz. Los italianos
recuerdan a los hombres ilustres constantemente, en especial al más grande poeta-filósofo de Italia y del mundo. (...).
Cruzando el puente seguí por la via dedicada a Guicciardini, otro florentino ilustre, embajador ante Fernando el Católico y también historiador -- al que tradujo a nuestra lengua nada menos que Felipe IV --; y al final desemboqué en la plaza Pitti, donde se halla el palacio de tal nombre, el más colosal de la ciudad y de aspecto un tanto carcelario.
Brunelleschhi dispuso en su fachada ese aparejo de sillares rústicos que ha quedado típico de los palacios renancentistas -- como el de Carlos V en Granada --y que hace jugar muy bellamente luces y sombras en los muros.
Pero este aparejo, en palacio tan macizo como el Pitti, acrecienta su aire adusto. Durante varios
siglos fue mansión de los Medici y hoy alberga la Galeria Pitti y el Museo de Arte Moderno.
...SIGUE!