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Viaje por Italia (7) por A de Azcárraga
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(siguiendo el recorrido por Florencia, luego de los Uffizi...por los jardines Boboli...)
El museo Moderno está lleno de pinturas italianas del XIX, lo que equivale a decir que tiene tan limitado nivel artístico como el Moderno de Madrid. Más bajo aún porque la pintura decimonónica italiana fue todavía peor que la española. El siglo XIX, siglo triunfal de la novela, fue un siglo más literario que plástico y, con la sola excepción de la escuela impresionista y alguna individualidad suelta, fue un mal siglo para la pintura.
Todo un siglo de cuadros anecdóticos o históricos, de guardarropía; de pintura pobre de color, convencional y enfática.
Es curioso que durante tantos años el gusto público y los artistas se obstinaran tercamente en hacer literatura con la pintura, error ya denunciado por Lessing en el siglo precedente. De la pintura italiana tan solo merecen atención Fattori y algún otro florentino de los llamados macchiauoli – manchistas—un tanto emparentados con el impresionismo francés.
A la salida del museo, en una trattoria cercana, bebí un vaso de Chianti, vino al que me había apuntado desde que lo probé. Me reanimo para dar un paseo por los Jardines Boboli, que se extienden, tras el palacio Pitti, sobre una suave colina.
Avenidas, bosquecillos, fuentes y plazoletas, todo era en estos mágicos jardines, equilibrado y natural. Estatuas y obeliscos, abetos solitarios en el centro de círculos de césped, piedras o flores, daban la sensación de haberse instalado allí espontáneamente y permanecer con dichosa tranquilidad. Desde el punto más alto, el jardín del Caballero, pude contemplar el fuerte Belvedere, que construyo Miguel Ángel.
Luego descendí por una avenida flanqueada de mirtos, cipreses y estatuas, digna de figurar en el Olimpo. En cualquier parte se respiraba un clima acogedor y sedante; un clima, dicho con fraseología demodé, para espíritus amantes de la belleza y un tanto desencantados de la vida.
Estos jardines Boboli constituyen un buen ejemplo de jardín a la italiana, que siempre busca una acomodación con la naturaleza sin forzarla más de lo necesario. El jardín italiano es el término medio – claro, bello y humano – entre el jardín romántico inglés, donde la naturaleza manda, y el racionalista francés, en el que la naturaleza está sometida al yugo de la geometría.
Antes de abandonarlo se me ofreció allí un espectáculo insólito. Un cisne, respaldado contra un seto, hacia frente con denuedo a un agresivo can. No tuve que intervenir en su defensa: el ave, con sordo graznar, lanzaba tan feroces picotazos que el perro abandonó el combate rabo entre las piernas. Y aquella misma noche leí en un periódico italiano que una raposa, al pretender devorar unas gallinas había sido cegada a picotazos por el gallo del corral, que legitimaba así sus derechos al sultanato. La poética timidez de las aves, sean de estanque o de corral, es otro concepto más, como la perversidad de Maquiavelo, que deberá ser revisado.
Más tarde en una taberna, pregunte la dirección de la iglesia de Santa María del Carmine – del Carmelo --, y un hombre alto y con barba de muchos días se ofreció a acompañarme. Estaba un poco bebido; y a mí me pareció uno de esos borrachos soberbios y melancólicos de que hablaba Antonio Machado:
"En todas partes he visto
caravanas de tristeza,
soberbios y melancólicos
borrachos de barba negra,
Y pedantones al paño
que miran, callan y piensan
que saben, porque no beben
el vino de las tabernas"
Pero yo no tengo prejuicios contra las tabernas, "delicada invención" en el sentir de otro poeta antiguo; y el saber basado en el absentismo me pareció siempre un mezquino saber. Así pues, tome unas copas con el melancólico italiano y salimos, ya amigos, a la calle.
Por el camino me dijo que Italia era y había sido siempre muy hermosa y que ahora progresaba velozmente.
--Tendrán ustedes buenos gobiernos – sugerí yo, por decir algo.
-- ¡Bah, eso es igual! Es el mundo el que progresa, a pesar de los gobiernos. La prueba es que en todas partes, con gobiernos de todos los colores, también se progresa. Es la inventiva, el trabajo de los hombres...Los gobiernos hacen muy poco; basta con que no estorben. Son como las presidencias de las procesiones: parece que dirigen cuando la verdad es que no han hecho más que ponerse en el lugar más destacado. Si, por error, se desviaran por una calle que la procesión ha de atravesar, se quedarían solos, y la procesión seguiría su camino sin ellos, y tal vez más ligeramente.
...
En la iglesia del Carmine fui a ver directamente la capilla Brancacci, donde se hallan las pinturas al fresco de Masaccio. Junto a la capilla había, como ahora es uso en tantos monumentos, un aparato tragaperras con auriculares. Echando una moneda de cincuenta liras podía escucharse, en el idioma correspondiente al botón oprimido, la oportuna explicación. Aquí, este aparato estaba acompañado de otro, en el que había que introducir otra moneda para que se encendieran por cierto tiempo los reflectores que iluminan las pinturas.
Así como los escultores florentinos iban a contemplar, para instruirse, las puertas del Paraíso del Baptisterio, los pintores Rafael entre ellos, venían a esta capilla Brancacci para estudiar los murales de Masaccio. Estas pinturas, luego de haber sufrido por cuatro largos siglos las ofensas de la humedad, del fuego y de las restauraciones, muestran todavía el genio de su autor.
Dos solas figuras, las de Adán y Eva expulsados del Paraíso, bastarían para expresar toda la originalidad, la fuerza y la angustia del Renacimiento, y hasta lo que el Renacimiento debe a la antigüedad. Esta Eva avergonzada, pese a que su dolor es ya cristiano, delata la imitación a la estatutaria clásica. La actitud de los brazos esta calcada de la Venus de Medicis.
Masaccio fue el primer pintor plenamente renacentista, como Donatello fue el escultor y Brunelleschi el arquitecto; un terceto de hombres que bastaría, si Florencia no tuviera muchos más, para otorgar a esta ciudad una gloria imperecedera. Masaccio prueba aquí, en esta capilla, haber sido el fundador de la pintura moderna, que no ha hecho otra cosa, después de él y hasta el impresionismo., que desarrollar las premisas establecidas en su obra. Diseño por masas, volumen, perspectiva, distribución de la luz, composición y expresión; todo está en los murales de Masaccio.
No crean que exagero. Una gentil dama italiana, que en compañía de su esposo llevaba un rato contemplando las pinturas, se volvió de pronto a el y dijo:
--¿Te has en la cara de esa Eva? Ahí esta Goya.
Era verdad. Masaccio, muerto a los veintisiete años, nos dejó en esta capilla un legado colosal y profético; un mensaje que tiene todavía plena vigencia, plena modernidad. Las obras maestras, las que verdaderamente merecen ese título, son obras de su tiempo y de todos los tiempos.
A la salida de la iglesia trabe conversación con el matrimonio italiano. Resulto que habían estado en España, y la señora, y sobre todo su marido, me hablaron de Goya con una admiración superlativa. ¡Que extremos de alabanza, que gestos de ponderación al estilo de Vittorio de Sica! Pero su entusiasmo era sincero. A los italianos, acostumbrados a la belleza y armonía clásica, Goya tiene que producirles un shock tremendo, algo así como un puñetazo en el ojo.
(De: "Viaje por Italia" Edición 1967)