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Viaje por Italia (10). A. de Azcárraga
..."Abandoné Florencia con pena. Amaba esta ciudad antes de verla; desde que leí, en los años de adolescencia, la del Curioso Impertinente, en donde Cervantes la califica de "ciudad rica y famosa".
La amé más todavía cuando comprendí que ella había sido el crisol espiritual de la Europa moderna y la cuna del arte maravilloso que ha marcado la pauta en Occidente por más de cinco siglos. Y ahora, después de verla, como no amarla más?
Florencia es una ciudad incomparable y, si no la más bella del mundo, es sin duda la que más bellas cosas encierra, la que habla más clara y directamente a nuestro espíritu.
Siena, ciudad medieval. La torre del Mangia y su muñeco-- el Palio-- La pintura senesa. La catedral soñada por Wagner. La Maestà de Duccio di Buonasegna.
A primera hora y con un cielo que amenazaba lluvia, partí de Florencia en dirección a Siena.
Mi tren corría bordeando el Arno y la carretera; mas allá se elevaban unas dulces colinas arboladas.
Algunas zonas del paisaje, de aire ingenuo, me recordaban los cuadros de Sassetta, el místico pintor sienés; otras, más fundidas y azules, evocaban ciertos paisajes de fondo de las pinturas de Leonardo.
Mi departamento de segunda clase era inmejorable. La habitual advertencia en las portezuelas sobre el peligro de abrirlas en marcha, estaba aquí en superlativo: era pericolossisimo incluso entreabrirlas, porque la corriente de aire podía arrastrar fuera al viajero. Y no era exageración; los trenes italianos no desarrollaran la velocidad de los franceses, pero los rápidos alcanzan la suficiente para que la advertencia no deba echarse en saco roto.
La estación de Siena queda en las afueras, y mucho más abajo que la ciudad.
Siena está edificada sobre tres colinas que dominan un hermoso valle de olivares y viñedos.
Fueron estas colinas, de arcilla rojo oscura, las que dieron la materia prima y el nombre al
color "tierra de Siena".
Tomé un taxi para subir a la ciudad. Atravesé su muralla por la puerta Camelia, sobre la que leí, tallada en piedra la bienvenida que certifica la fama de hospitalarios de los habitantes: "Siena te abre su corazón".
Y según el auto iba adentrándose por la vieja ciudad aumentaba mi sensación de volver hacia atrás en el tiempo. Los antiguos palacios y casonas ojivales, el color óxido de los muros, la penumbra de las calles angostas y tortuosas, todo contribuía a que me sintiera sumergido en un ambiente pretérito, decididamente medieval. Incluso mi conversación con el taxista.
Al preguntarle el nombre del rio más próximo y responderme que el Arbia, añadió como si fuera cosa de hacía cuatro días:
--Ese río se volvió de color rojo en la batalla de Montaperti, que los sieneses ganamos a los florentinos.
Aunque luego aclaró:
--Lo dice el Dante.
Una cita cuya exactitud he comprobado casualmente al hojear la Divina Comedia.
Dante alude allí, en efecto, a esa batalla entre gibelinos sieneses y güelfos florentinos, y la califica de horrible matanza, che fecer l'Arbia colorata in rosso.
Mi taxi continúo trepando por unas calles inverosímiles, todas de dirección única. El municipio, según me aseguro el taxista, tenía el propósito de suprimir la circulación de vehículos en estos barrios.
... En aquellas ruas medievales, el automóvil resultaba un feo anacronismo.
Nos detuvimos al fin ante una de las diez o doce calles que desembocan en la plaza del Campo, llamada más simplemente il Campo por ser realmente, desde hace siglos, la liza o campo de lucha en la fiesta del Palio, una de las más famosas de Italia. Allí se celebran las carreras de caballos en las que intervienen las diecisiete contrade o comarcas sieneses.
El Campo, corazón de la ciudad, es una magnífica y originalísima plaza cuya imagen queda para
siempre grabada en la memoria. Muy espaciosa, tiene la forma de un semicírculo, o mejor, por
la concavidad y pendiente de su suelo, de una vieira o concha de peregrino muy inclinada.
Situada en la confluencia de las tres colinas, el desnivel ha sido hábilmente aprovechado para darle
esa forma de concha de la que el borde curvo, mucho más alto, se halla contorneado por antígüas
mansiones, y el borde recto y más bajo , el correspondiente a la charnela de la concha, linda con la amplia fachada del
Palacio Público, en uno de cuyos ángulos se yergue intrépida la torre del Mangia.
Esta torre que sobrepasa los cien metros de altura, se ensancha hacia arriba para dar holgado asiento a una espadaña, desde la que deja oír las horas su grave y sonoro campanone.
Según me había contado el camarero de mi hotel en Florencia, ese campanone era golpeado por el
martillo de un muñeco mecánico. Los florentinos destornillaron una noche los pies del muñeco, por
lo que éste, al balancear al otro día el martillo, perdió la estabilidad y cayo a la plaza, donde fue a
estrellarse junto a un puesto de lechugas.
Los pérfidos florentinos propagaron entonces que el muñeco había bajado a mangiare insalata, y de ahí el secular nombre de torre del Mangia.
La plaza esta pavimentada con ladrillos oscuros, excepto unas bandas que irradian en abanico desde el centro de la parte más baja. Son nueve hileras de ladrillos claros, colocadas en recuerdo de Los Nueve, el gobierno formado por igual número de mercaderes que rigió la ciudad en el siglo XIV.
Cuando se celebra la fiesta del Palio, la muchedumbre se apretuja dentro de esta plaza, de la
que no queda libre más que un ancho anillo exterior por el que desfila , a los tañidos del
Campanone y sones de trompetas, el multicolor cortejo del Palio, con vestiduras y armas de
otros tiempos. (...)
Las calles de Siena no tienen aceras. Todas están pavimentadas con grandes baldosas de piedra oscura, cuya superficie ha sido picada a golpes de cincel para hacerla rugosa y disminuir, en calles tan pendientes, el riesgo de resbalones y caídas.
Lo primero que visité fue la Pinacoteca, instalada en el Palacio Buonsignori, donde la escuela sienesa se halla ampliamente documentada. Allí pude admirar la evolución de este arte encantador que transformaba la sensualidad en espiritual refinamiento.
Todas las obras de esta escuela, desde las tablas de Duccio di Buoninsegna, su fundador,
muestran la característica, muestran la característica dulzura sienesa, esa sensibilidad un poco
femenina a la que se añadió a partir de Simone Martini, la elegancia de línea que después se
difundiría por Europa a través de la corte papal de Aviñón.
A mi paso por la ciudad francesa, en su palacio-fortaleza, ya había contemplado unas pinturas de este estilo.
Y por cierto, fue una mujer nacida en Siena, Santa Catalina –a la que muchos españoles apodan todavía "de Sena", porque así se llamó antaño esta ciudad--, la que convenció a Gregorio XI para que restableciera el pontificado en Roma, dando fin a lo que Petrarca denomino "Cautividad de Babilonia".
Una exageración de poeta porque, aunque el retorno fuera aconsejable, los papas, en Aviñón,
fueron en un principio exiliados voluntarios y allí gozaron de más libertad que la que podía
ofrecerles la indisciplinada Roma de aquel tiempo.
Los sieneses están muy orgullosos de su santa, que unían al buen sentido político un intenso fervor místico. Por ello fue muy popular durante el Renacimiento, que represento en miles de cuadros el "Matrimonio místico de Santa Catalina", en los que la santa aparece recibiendo un anillo del Niño Jesús.
(...) No recuerdo ahora si la Pinacoteca sienesa, según es lo probable. Había algún "matrimonio místico"...lo que allí interesaba y había ido a ver eran los pintores de la escuela sienés; una escuela que si bien comenzó bajo el signo bizantino, supo independizarse pronto e incluso realizo la proeza de proceder cronológicamente, aunque por escaso margen, a la escuela florentina.
En el palacio de la Pinacoteca es sólido, pero un poco sombrío. El ujier que por él me guiaba, atento
y amable como los de todos los museos de Italia, se ofreció a hacerme una fotografía junto a una
ventana tras la cual se divisaba la torre del Mangia.
Después me informo que los antíguos dueños del palacio, los Buonsignori, junto con los Tolomei y otro par de familias sienesas, fueron, como si dijéramos, los recaudadores de contribuciones del Vaticano, función que realizaban mediante una red internacional de casas de Banca. ...
En el museo abundaban las madonas que los italianos llaman "en majestad": sentadas en un trono,
con el niño en brazos y rodeada de ángeles y santos. Su abundancia se debe al voto hecho por los
sieneses, antes de la batalla de Montaperti, de consagrarse a la Virgen y tomarla por patrona.
Y al escudo añadieron el lema: "Siena, ciudad de la Virgen".
El último cuadro que vi en el Museo fue de autor anónimo que representaba a unos hombres jugando al juego de la morra.
Lo recuerdo porque me pareció de la escuela española, del estilo de Puga, un discípulo de Velázquez.
Era ya mediodía; y los paseos que primero había dado por la plaza del Campo y por las empinadas calles de Siena, más el largo recorrido hecho después viendo pinturas, me había despertado un apetito de cocodrilo.
Me di cuenta, al salir del museo, que llevaba escaso dinero en el bolsillo; pero no tenía ganas de volver hasta el hotel para hacer provisión de fondos. Me propuse ser parco en la mesa y entré en la primera trattoria que hallé cerca...
Lo cierto es que a los postres, además de feliz, me había hecho considerablemente amigo del
jefe del comedor y de la camarera. Y lo que es la suerte!, después de pagar la minuta, aún me
sobraron las monedas para la mancia, la propina.
Me encaminé de nuevo hacia el Campo , con un paso allegretto que el lector malicioso no debe atribuir a la pitanza, sino a que las calles eran ahora de bajada.
Al llegar a la plaza tropecé con el turista más estrafalario que he visto en mi viaje: un tipo larguirucho con puntiaguda barba negra, falda escocesa y un sombrero grande, de palma, al estilo de los que usan los segadores de arróz.
La gente lo miraba con estupefacción. Yo pretendí hacerle una foto disimuladamente, pero se me coló por una calleja y lo perdí.
El Palacio Público es la más suntuosa residencia civil, según dicen, de la Italia de la Edad Media.
Desde uno de sus patios interiores contemplé extraña perspectiva de la torre del Mangia, que vista desde allí parecía dispararse hacia las nubes. Las estancias del palacio y la capilla están decoradas con interesantísimos frescos.
En la Sala de la Paz, también llamada de los Nueve porque fue sede de estos gerifaltes, vi los
famosos y alegóricos frescos Efectos del Buen y Mal Gobierno.
De estos efectos, claro es, Los Nueve se juzgaban causa de los primeros, porque tampoco en aquellos tiempos había gobiernos con suficiente imaginación para admitir otro supuesto.
Me anocheció dando vueltas por la vieja ciudad y curioseando por las tiendas de cerámica. Cuando bajaba hacia mi hotel y al tiempo que empezaban a caer unas gotas, me extravié.
Pregunté a una colegiala de once o doce años, una pelirroja con trenzas, ojos claros y delantal azul, quien con una gentileza encantadora volvió sobre sus pasos para guiarme...Con tantas y tan admirables cosas como vi en Siena, ninguna me ha quedado tan nítida en el recuerdo como aquella cristalina voz infantil, como aquel gesto amable y delicado de la colegialita de las trenzas.
... En el hotel cené esa noche con un joven licenciado en Filosofía...pregunté al licenciado por qué abundaban tanto en la ciudad el escudo de Roma, con la loba capitolina y los mellizos.
--Es también el escudo de Siena-- me explicó--. Siena se considera fundada por Senio hijo de Remo,
que vino aquí huyendo de su tío Rómulo, después que éste mato a su padre. Una leyenda, claro.
El verdadero orígen de Siena fue una colonia romana fundada por Augusto.
También me informó de que Siena era la ciudad donde se hablaba con mayor pureza el italiano.
--Por esta razón –añadió-- se ha creado en la Universidad sienesa la primera cátedra de lengua y cultura italianas para extranjeros.
(sigue...)