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REGISTRO DE OBRAS

Viaje por Italia (11) por A. de Azcárraga

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(...)

Antes de acostarme, rogué al conserje que avisara a algún guía para que me enseñara la catedral al día siguiente temprano, pues debía tomar en seguida el tren para Roma.


Durante la noche llovió copiosamente. Estuve desvelado por algún tiempo, no sé si por mis pensamientos o por el ossobuco; y mientras oía llover, leí un periódico de Roma. No me sorprendió que, de sus diesiseis páginas, tuviera diez dedicadas al fútbol. Luego de haber visto como los italianos recuerdan ntodavía las batallas y rencillas entre sus ciudades, hallé natural su pasión por este juego, continuador y sucedáneo de aquella viejas rivalidades.


A la mañana siguiente, una mañana lavada de cielo gris, me encaminé hacia la catedral. Siempre subiendo, pasé ante una seie de palacios en los que la nerviosidad gótica se aplaca ya con la serenidad renacentista. Entre ellos, el palacio Chigi, albergue hoy de la famosa Academia Internacional de Música.

La catedral de Siena, edificada en el lugar más alto de la ciudad, es otra de las obras maestras del arte italiano., y así puede juzgarse también a su torre contígua, una torre romántica con franjas blancas y negras, al estilo pisano-lombardo.
La fachada de la catedral , de mármoles blancos, negros y rojos, es como un retablo gótico; un retablo gigantesco arrancado del altar mayor y sacado afuera para su exhibición. La armoniosa belleza del conjunto de esta catedral hizo que Wagner viera plasmada en ella su concepción del Santo Grial.


Mi guía, que me esperaba en la puerta, era una mujer de mediana edad, gordita y con aire pueblerino. Pero conociía bien su cometido y en un italiano claro y musical, me explicó todo muy bien.
La iglesia, que en su nave mayor y centro del crucero empezó siendo románica, se continuó en lo demás al modo gótico, salvo las bóvedas, que son renascentistas.

En todas las columnas y en algunos arcos se alternan las bandas blancas y negras, reminiscencia oriental que en cualquier español despierta el recuerdo de la mezquita de Córdoba.


Había allí obras de Pisano, Donatello, Bernini y otros grandes artistas. Tales obras, sobre todo el púlpito de Pisano, es lo más valor. Pero lo más singular y asombrosa de esta iglesia está en su pavimento, tres mil metros cuadrados totalmente adornados de magníficos dibujos, hehcos con grafito y taracea de mármoles policromos.

Más de cuarenta artistas, a lo largo de cuatro siglos, trabajaron en esta obra soprendente. Aún recuerdo muy bien una composición en la que Pinturiquio, con su gran sentido decorativo, desarrolla un tema del Antíguo Testamento. Y otra de Beccafiumi en claroscuro, con mármol gris para las sombras y blanco para las partes iluminadas; un alarde de virtuosismo tanto del pintor, por los pocos elementos con que logró el efecto, como del marmolista, por la precisión con que cortó y ensambló las numerosas piezas.

Pero de este puzzle extraordinario y, sgún creo, único en el mundo, sólo estaba visible una pequeña parte, pues no se muestra en su totalidad más que determinados días del año. (...)


A la salida de la catedral y abandonando su plaza frontera, me dirigí hacia otra contígua, rotulada con el nombre del gran escultor sienés Jacopo della Quercia. Quería visitar el museo del Duomo, que se encuetra allí; pero antes me detuve, admirado, frente a las monumentales ruinas que se yerguen a un lado de esta plaza.

Y mi asombro creció al enterarme de que aquellos muros gigantescos y aún en pie eran mudos testigos de un proyecto abandonado e increíble: el de construir otra catedral de tales proporciones que en ella quedara incluída, como simple crucero, la muy hermosa que acababa de visitar.
Qué espíritu emprendedor y qué riqueza debían poseer los antíguos sieneses para, recién concluida la maravilla que había visto, lanzarse a la erección de otra más prodigiosa aún!


De espíritu audaz y emprendedor, en efecto, siempre tuvieron fama: ellos y sus mujeres. De éstas decía Bocaccio que eran muy atrevidas para el amor; pero Boccaccio, como florentino, fue enemigo de Siena, y su testimonio es sospechoso.

De lo que no cane dudar es de su riqueza, porque ella es la previa condición de estas empresas, según la historia lo confirma. La primera gran industria europea, la textil, tuvo su cuna en las ciudades italianas y flamencas , a las que transformó en las más prósperas de Europa, e inmediatamente se produjo en ellas, antes que en ningún otro lugar, el auge artístico denominado Renacimiento.


No quiero decir que baste que un país sea rico o poderoso para que automáticamente cree un gran arte (...) Lo que afirmo es que las potencialidades artísticas de un país no pueden desarrollarse bien en la pobreza. El arte es un lujo, y únicamente cuando están cubiertas las primeras necesidades pueden adquirirse sus caros productos, que, por lo mismo, sólo entonces decidirán a crear los hombres capaces de ello –naturalmente, cuando los haya. (...).
El museo del Duomo custodia la obra maestra de la escuela sienesa, el famosísimo retablo de La Majestad, cuya historia merece ser relatada en dos palabras.


Cuando los sienenses quisieron dedicar un gran icono a su Patrona buscaron al mejor pintor, a Duccio di Buonasegna. Dado el caraczer irascible y litigante del artista le amarraron bien con un contrato minucioso, cuyo cumplimiento le hicieron jurar sobre los Evangelios.

El precio fue muy alto, pues comprendía los panes de oro para los dorados y el azul ultramar, color muy caro entonces porque se fabricaba pulverizando lapislázuli.
El retablo, muy grande y destinado al centro de la iglesia, fue pimntado por sus dos caras. En la parte central del anverso aparecía la Virgen en su trono, con el Niño y rodeada de bienaventurados.
Esta pintura, La Maestà, era la pincipal; pero Duccio hizo otro medio centenar en anverso y reverso, con diferentes pasajes evangélicos.


El retablo, instalado en la catedral a principios del siglo XIV, permaneció allí hasta el XVIII. En este siglo se puso de moda despiezar los retablos, y el de La Maestà no se libró de ella.

Como las piezas resultantes se hallaban pintadas por ambos lados, un canónigo tuvo la ocurrencia –una ocurrencia de canónigo-- de serrarlos también en el sentido de su espesor, con lo que logró duplicar el número de tablitas, al paso que, por una desviación de la sierra, quedó rajado el rostro de la Virgen y deteriorada alguna otra figura.
Poco después, no se sabe cómo, una quincena de estas tablas había emigrado a diversos países. Y hace cuarenta años se pagaba ya, por una sola de ellas, un millón de dólares.


Por fortuna, lo que en Siena quedó del retablo ha sido ahora científicamente reconstruido y restaurado. La madera vieja de chopo ha sido saneada mediante tratamientos (...) y la pintura limpiada tan prodigiosamente que, pese a su antigüedad de seis siglos y medio, parece recién salida del taller. Los restauradores han dejado sin tocar, como testigo, una pequeña superficie de un centímetro cuadrado sobre el eslabel del trono, que se destaca allí como una mancha negra: tal era la suciedad antes de su trabajo.


En cuanto a su estilo y filiación artística se advierte en esta obra, como producto de la transción del arte gótico-bizantino al del Renacimiento, una mezcla de la rigidez del mosaico con la nueva y más libre sensibilidad de la aurora humanista. La aportación personal de Duccio a esta mixtura fue su lirismo. Un lirismo absorto, henchido de silencio

El silencio de Duccio!
Puedo permitirme una exageración? Afirmaré entonces que en aquella sala del museo, cuya luz suave y tamizada, pavimento y cortinajes grises ambientan perfectamente la obra de Duccio; que en aquella sala, digo, he visto materializado, por primera vez, el silencio de la pintura.

(sigue...)

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