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REGISTRO DE OBRAS

Viaje por Italia (23) por Adolfo de Azcárraga

(...pg. 186) ....tranquilamente voluptuosa se muestra allí la Afrodita di Cnido, la estatua que los A phrodite Cnidus

antíguos tenían por la más bella del orbe. Praxiteles la hizo tomando por modelo a Frine, aquella

famosa cortesana que, acusada de impiedad, logró la absolución con sólo exhibir su cuerpo

desnudo ante los jueces. Un ardid procesal que no le hubiera valido de nada al pobre Sócrates ---

la justicia es versátil --- pero de cuya eficacia no dudamos al ver este mármol que, si no el más

bello, es el más cargado de sex-appeal  que nos legó la Antiguedad.

Las galerías vaticanas hacen revivir el Olimpo a nuestros ojos, toda la mitología con sus dioses,

semidioses y héroes. Un mundo ideal de belleza, que fue la más alta expresión del alma antígua y

en el que vino a beber el Renacimiento cuando decidió romper los moldes bizantinos.

El museo etrusco, con sus bronces y tierras cocidas, es otra cosa. Otra cosa más antígua, más extraña y, si se me permite,

la expresión, más bárbara. Reconfortante también, tras el empacho de belleza griega. Y no porque los estruscos no 

muestren la influencia de Grecia, sino por ese algo muy vivo, directo y estimulante que hay en las obras de su misteriosa

civilización. 

En el arte universal no es fácil hallar mejor símbolo de la alegría de vivir que esas parejas A ETRUSCOS

amorosamente recostadas sobre los sarcófagos; aunque el representar felices a unos seres sobre

sus restos mortales, y el contraste de su sonrisa con las muecas de los horribles dioses y demonios

etruscos, revele cierto sadismo o crueldad de imaginación. Los romanos heredaron de los estruscos

su pasión por las luchas de gladiadores y, en el terreno artístico, su influencia fue trascendental. La mejor es que existen

muchas obras, como la cabeza llamada El primer Bruto, cuya atribución al arte etrusco o al romano sigue siendo discutida

por los especialistas.A LJBRUTO

Contemplando este museo pensé que, al igual que el arte románico no se juzga hoy distinto del

gótico, sino tan sólo su fase arcaica, el arte etrusco podría muy bien considerarse como el románico

del arte romano. Lo que serviría para reconocer la deuda y fijar su situación.

Del Museo Etrusco pase a las famosas estancias de Rafael. Entré, no es necesario confesarlo, con

la habitual reserva.

Pero nada más enfrentarme con las pinturas hube de rendirme. Rafael es un artista extraordinario, y yo erraba tratándole

desdeñosamente. Porque a un artista, para juzgarlo, hay que ver antes toda su obra y calificarle por lo mejor de ella.

¿A qué altura quedaría Cervantes si se le juzgara por su Galatea? O, bajando mucho el tono, ¿cómo quedaría Jacinto Benavente si hubieramos de sentenciarle por las docenas de comedias triviales que nos dejó? No; hay que juzgar a Cervantes por El Quijote, a Benavente por la Malquerida.

Y a Rafael no hay que juzgarle por sus Madonnas almibaradas, sino por las tres o cuatro excepcionales que hay entre ellas, unnamed

por algunos retratos y por los frescos que, a los ventiseis años, pintó en las estancias del Vaticano.

Estas pinturas, maximo ejemplo de distribucion armoniosa de lineas y masas sobre un plano, si que

nos dan la altura de su genio. 

En La misa de Bolsena, el color y el claroscuro tienen  una calidad pareja a los mas grandes venecianos; en La Escuela

de Atenas, el equilibrio de la composición, la poesía del espacio y la dignidad de las formas alcanzan un límite no superado

todavía. 2fb1fa17369c82e9d1fac321117276b1

Aunque en esta última pintura -- toda obra maestra tiene su lunar -- hay una nota que disuena: la 

figura de Diógenes recostado en la escalinata, inoportuno garabato que casi parece postizo y que,

para mi gusto, contraría la serena gravedad de la composición.

Rafael, es cierto, asimiló de todos los maestros sin alcanzar nunca la sensibilidad refinada de un Leonardo, la fuerza sobrehumana de un Miguel Angel o la magia cromática de un Tiziano. Pero poseyó como nadie el sentido de la belleza y del equilibrio  clásicos, de la gracia que se muestra dignamente, sin esfuerzo y sin afectación.

La vida esta llena de coincidencias y contrastes. Mientras este seductor artista, en plena juventud, pintaba  armoniosamente

las paredes vaticanas, otro genio áspero  y ya maduro decoraba con frenético ardor la boveda de una  capilla muy próxima.

Cuando entró en la Capilla Sixtina la llenaba una nutrida muchedumbre. Los grupos de visitantes A cS

evolucionaban  de un lado a otro mientras  los ciceroni recitaban sus peroratas.

No era clima propicio para la contemplación; pero acabé por encontrar un hueco libre, que ofrecía

un buen punto de vista, y alli quedé estacionado largo rato aún.

Lamento ser tan poco original y repetir lo que ya ha dicho todo el mundo: que la boveda de la Sixtina causa estupefacción. Uno queda asombrado de la grandeza incommovible de los seres que la pueblan, de su fuerza exasperada y gravitante. Nunca hubo en el mundo, antes de Miguel Angel, esa potencia, y dejó de existir cuando él se fue.

Miguel Angel era un hombre doble, pagano y cristiano a la vez; y creo que esta contradicción --- supuesto el genio --- es lo que más ayuda a comprender la tensión interna de su obra. Como pagano renacentista creía en el poderío ilimitado del hombre; como cristiano, no dejaba sentir su miserable condición.

La boveda refleja esa ambivalencia. Toda ella esta poblada de titanes, pero de titanes desmadejados por la angustia. Sus héroes caídos, Sansones después de perder la cabellera . Injustamente se ha reprochado a estas pinturas la palidez del colorido. En rigor, para lo que Miguel Angel quería expresar, el color sobraba. 

Por lo demás, Miguel Angel no se consideró nunca pintor, y con el pincel en la mano seguía esculpiendo "La pintura es tanto más bella --- decía --- cuanto más se aproxima a la escultura". La Sixtina es una figurada galería de estatuas que su autor hubiera preferido tallar en piedra. Miguel Angel pintó siempre contra su voluntad, forzado por los pontífices.

Para que llevara a cabo su trabajo, Bramante ideó un armastoste suspendido de la bóveda. Miguel Angel juzgó que sería difícil disimular los agujeros practicados, y se fabricó otro andamio apoyado en tierra.

Subido a él, siempre con la mirada en el techo, pintó durante cuatro largos años; y quedó tan A MA

viciado por la postura que después no podía dibujar si no echaba la cabeza atrás. De levantar tanto

las cejas se le marcaron esas arrugas de la frente que vemos en el busto que le hizo su discípulo

Daniel de Volterra y en el retrato pintado por Pontormo.

(... pp, 193) Un cuarto de siglo despues, ya sexagerario, Miguel Angel hubo de retornar a la Sixtina por mandato de Paulo III. Entonces pintó sobre la pared del altar mayor su Juicio Final, la más ciclópea y portentosa pintura de la tierra. Este fresco, aunque un poco dañado por la humedad y el humo de los cirios, expresa mejor todavía, por la contorsión de formas y su dinámica violencia, el desgarramiento interno del alma del artista.

(...sigue)

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